El año 2012 se está
caracterizando por los fuertes conflictos regionales que enfrentan a las
comunidades con los intereses de las grandes empresas del país o con el
exacerbado centralismo de la gestión pública, que es a no dudarlo uno de los
males endémicos del país. Lo preocupante es que a este respecto el último
mensaje presidencial no puso la debida atención, siendo perfectamente esperable
que hubiésemos sido testigos del necesario golpe de timón, pues es ya una
necesidad ineludible que las autoridades ejecutivas de las regiones sean
elegidas y que sus gestiones cuenten con los recursos humanos y económicos necesarios
para avanzar hacia un país capaz de ofertar un desarrollo armónico al conjunto
de los territorios del país.
Es paradójico que justamente en el
periodo en el cual ha sido más evidente la debilidad de los ejecutivos
regionales no se sepa quiénes serán los integrantes de los próximos Consejos
Regionales, por cuanto la ley que convertiría el acceso a estos cargos por la vía
de la elección directa continúa su soporífera tramitación en el Congreso Nacional,
sin que aparentemente esta situación amerite mayor preocupación.
Para muestra de cómo cotidianamente
se están experimentando estos conflictos, veamos el caso de Freirina, la comuna
que iba a convertirse en la “capital mundial de la producción de cerdos”. Lo
sucedido aquí pone una vez más de manifiesto la profunda crisis de legitimidad de
la institucionalidad regional y también municipal, ya que en Freirina el alcalde
tenía por lo menos una posición muy compresiva hacia la empresa y muy
sancionadora sobre las protestas que encabezaban los ciudadanos de su comuna. Una
vez más, recién cuando el conflicto se exacerbó a límites que avizoran
consecuencias devastadoras, los más altos representantes del gobierno central
se allanan a utilizar al máximo sus atribuciones para alcanzar una solución. El
problema de esta manera de operar es que deja cada vez más en evidencia la
deficitaria institucionalidad y la urgencia de generar espacios legitimados de
participación social. Y este acápite, entonces, no abandona la posición de una asignatura
reprobada de las elites del poder.
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