Wednesday, July 11, 2012

El último tren



Una lánguida rémora de lo que fue su esplendor ferroviario continúa aún en movimiento: es el tren que nos une a la ciudad de Victoria e intermedios, además del servicio único y exclusivo para los alumnos de Instituto Claret durante el año escolar. Es una porción insignificante del tráfico que movía multitudes y que en sus primeras décadas fue nutriente de la pujante ciudad. No con la asiduidad debida suelo abordarlo, pues nuestra familia, que no es ferroviaria, manifiesta una suerte de vocación atávica por experimentar el viaje sobre rieles. Acercarse al andén es ya introducirse en una solemnidad que irradia desde detalles tales como: el ceremonial ferroviario, la monumentalidad de los vagones, la apaciguada disposición de los pasajeros para abordar el tren. Esta vez se trata de un recorrido turístico que nos depara la “Cata” una sobrina que proviene de Copiapó y que ha venido a visitar a Julia, mi hija, y no ha tenido la oportunidad de viajar en este medio de comunicación con anterioridad.
Así que mucho antes de su partida ya estamos en la estación. No son muchos los “colegas” de destino, de pronto un rostro conocido, la única maquinista mujer, pasa con su paso fuerte y decidido en pos de lo que será su colación. Inmediatamente es bautizada por las primas como la “mujer-tren”. Y ya sentados, y en marcha a nuestro lugar de destino, se la imaginan ufana y poderosa tocando una y otra vez el poderoso pito del tren. Nos llama la atención que la misma funcionaria que nos vendió los boletos, es ahora quien revisa y cobra los pasajes. Es la austeridad que por estos días define a la empresa, reflexionamos. Cercanos a nuestros asientos, unos ferroviarios y un ex-colega comparten sueños y frustraciones sobre lo que podría ser un reflote o la lápida para el que alguna vez fue catalogado como la columna vertebral del país. Es sabido que casi de milagro se mantiene en funcionamiento este trayecto, pero que un día de estos no será más que nueva postal de lo que fue.
El andar es cómodo, la temperatura agradable por el aire acondicionado No es convoy destartalado ni sucio, se nota cuidado y bien mantenido. Los pasajeros que van abordando y descendiendo a partir de Pillanlebun  se ven calmos, satisfechos de tener la oportunidad, por un módico precio, de que el tren sea parte de sus vidas. En el trayecto mi hija le va contando a su prima de sus viajes de niñez, de la magia que estos tenían, pues significaban pasar la noche en él, entrever la luna y las estrellas, un paisaje de penumbras que parecía constituir escenarios de aventuras y de encanto. Pero hay algo más: el viaje en tren de los primores era una metáfora del milagro de estar en este mundo. Un espacio en movimiento que nos sintetiza, que más allá de nuestra necesidad cotidiana de sentir que estamos en un lugar delimitado, está la posibilidad de buscar nuevos rumbos, de “ir más allá del horizonte”.
Nos quedamos gran parte del día en el “pueblo dividido por los silbatos de las locomotoras”, como escribió el poeta hoy convertido en leyenda Jorge Teiller. Las primas compran retazos de géneros en una tienda de esas que se quedaron inmensas desde sus años mozos, saciamos el apetito en el Compadrito.com, donde nos recibe al abrir la puerta el retrato oficial del Presidente Carlos Ibáñez del Campo, que data de 1927. Visitamos la piscicultura y vemos cómo un “Martín pescador” realiza una pesca no autorizada. Y nos vamos a la estación, donde la cálida conversación de los ferroviarios nos aminora la espera del puntual automotor “camello”, que nos trae de vuelta a Agua de Temu con ese traqueteo que nos relaja y nos conforta. ¡Aún tenemos trenes, disfrutémoslos!

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