Tuesday, July 03, 2012

¡Grandeeeeeee la “U”!





No es fácil reflexionar sobre temas que emergen de la pasión, del fervor que nos remonta a los vericuetos de lo insondable, a esa remota arcadia de la tribu en que la sobrevivencia dependía más del comportamiento colectivo que de la individualidad. Así pues, nuestra condición de seguidor o hincha de un club, como es sabido, se afianza en la niñez, esa etapa de la existencia en la que somos aún más el resultado de la herencia que el de la socialización, ahí, y a diferencia de otras opciones que finalmente terminan relativizadas con el paso del tiempo, la opción por lo que va sucediendo fecha a fecha se convierte en parte de la identidad. En los pequeños pueblos como en el que pasé mi infancia no quedaba más opción que los grandes clubes capitalinos y para mí pudo más esa pequeña insignia que me regaló mi hermana, que además estudiaba en la Universidad de Chile.
El pequeño hincha de entonces mejoró su lectura leyendo en la revista Estadio las hazañas futbolísticas recurrentes de su equipo, conocido por entonces como el Ballet Azul. Los relatos de radio inundaban las tardes sabatinas o domingueras con sus artilugios verbales y la máxima emoción se adivinaba al escuchar que el zurdo Leonel Sánchez arrancaba por la punta izquierda y que por allá en el medio del área ya estaba presto cual inmenso gladiador el tanque Carlos Campos para finalizar la jugada. Pero un día las estrellas furibundas empezaron a languidecer, el gringo Neff se comió un gol que nos dejó sin la final de la Copa Libertadores y de ahí vinieron décadas de escasas emociones en “ánforas azules”. El rival eterno obtenía frecuentemente el campeonato y otros equipos alcanzaban los primeros lugares. La “U” andaba a los tumbos y con la añoranza por “ser grande como fue el ballet”. Una nueva pléyade de hinchas se refugió en los tablones, para dar a conocer que la “U” era más que una pasión, era un sentimiento, una hermandad que estaba más allá del resultado y ellos lo principal que exigían a los jugadores era entrega y amor a la camiseta azul.
Como en un símil de los tiempos bíblicos, los malos tiempos finalizaron con la llegada de otro zurdo goleador, Marcelo Salas Melinao el cual  inauguró un nuevo ciclo para las huestes azules volviendo alcanzar un campeonato en 1994. Arribaron entonces nuevos títulos y por supuesto no faltaron los problemas y las promesas incumplidas, como la de la “ciudad azul”. Vinieron los tiempos de la sociedad anónima y los desencuentros se alternaron con los éxitos deportivos, hasta la llegada de Jorge Sampaoli, sin mayores aspavientos, más bien con un poco de resquemor de parte de la hinchada, pues se esperaba un entrenador de mayor pergamino. Pero esta vez la directiva saco “pleno” como en los casinos, pues el seguidor de Bielsa ha alcanzado la mejor campaña del club en su historia, con una propuesta táctica que ha puesto a la institución azul en el firmamento del balonpié mundial y ha demostrado el inmenso potencial que tiene el futbolista chileno cuando es bien dirigido. En una año de tantas incertidumbres, en donde las bases del sistema político-económico han sido cuestionadas, el éxito del equipo del chuncho reivindica no solo la esencia del fútbol como espectáculo basado en doblegar al adversario a partir de las virtudes propias, sino que nos demuestra que sacando lo mejor de lo nuestro podemos triunfar. ¡¡Brindemos, camaradas!!

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