Cuando la política siempre ha
sido tema, por opción de vida personal
y de los cercanos, porque
invariablemente ha sido parte constitutiva de la conversación familiar y amical resulta un
tanto más complejo tomar una distancia
que apele a la neutralidad. Así que voy
hablar más de mi propia experiencia que por cierto esta inmersa en los tiempos de vértigo, desasosiego e
incertidumbre que hoy vivimos lo cual
afecta a la actividad que hoy
subsiste acosada por un entredicho feroz.
Parto entonces por retrotraerme a la primera
vivencia de militancia que no fue en un partido, sino en una figura
creada entonces por los proscritos partidos de Izquierda para ampliar su influencia e intentar generar movilización social eran
los comités de resistencia a la dictadura de Pinochet, los cuales emulaban en su nombre a los heroicos militantes de la resistencia anti
nazista y fascista europeos. Era los finales de los setenta, los riesgos de participar
por entonces podía con llevar
ser visitante, - no por gusto- de las oscuras dependencias de los agentes represores del Estado. Se
militaba entonces por compromiso, por convicción, las páginas de las publicaciones mimeógrafos alimentaban la
esperanza en que el fin del régimen era posible si es que el pueblo lograba vencer el miedo y la opresión. El incipiente movimiento estudiantil y el avance a una nueva etapa mas
“institucional” de gobierno de facto abrió
espacios para que emergerán con mayor
visibilidad las opciones partidarias, y se trasladara al interior del país la
discusión que se daba en el exilio acerca de las diferentes vías para recuperar
la democracia. Particularmente mi
vinculación por entonces, fue con el MAPU, que en estricto rigor éramos un
pequeño núcleo de militantes los que hacíamos diversas acciones de
solidaridad, propaganda, reflexión y
estudio que nos daban una pertenencia,
lo que además nos entregaba elementos para problematizar la realidad. La división una vez más del Mapu desde donde salió el Movimiento Lautaro de la cual circunstancialmente me toco
ser testigo aunque no participe, (pues literalmente sucedió en la habitación
que yo subarrendaba en Lima), me hizo
tomar distancia a la espera de que emergiera algún nuevo referente de mayor
capacidad de aglutinación, lo que ocurrió con la fundación del PPD. Cabe
señalar que la primera etapa de este, que va desde su primer momento con ente instrumental y su posterior sobrevivencia como un nuevo
referente, fueron los más prolíficos en donde hubo atisbo de renovación y
espacio para nuevas temáticas. Lamentablemente con el tiempo como una suerte de
hoyo negro de la política chilena el PPD
ha concertado la suma de todos los males, producto de una estructura de caciquismo que solo tiene sentido como un referente
electoral en donde pampea por su
ausencia la discusión política la cual
más bien ha perdido sentido al interior de él.
No es de extrañar que observemos en el conjunto de los
conglomerados situaciones que van en desmedro de los militantes de base y generen de paso una
sanción de la ciudadanía que encuentra en otros espacios los canales de
participación que hace algún tiempo eran
propios de los partidos. En este
escenario tan desbastado para la clase política no habrá un proceso de renovación, sino lo que hoy al menos ocurre es que más bien se trata
de aferrarse a lo que se tiene, la transformación emergerá desde la
movilización ciudadana, los nuevos
liderazgos y referentes políticos orientados a construir un Chile de oportunidades y no de
resignación. Esta historia recién comienza.
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